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מארי

LOS ARCANOS DEL ANILLO DE SALOMON

Buscad en el sepulcro de Salomón, o mejor dicho, en la cripta de la filosofía hermética, no su anillo sino su ciencia. Con el auxilio de la ciencia y de una voluntad perseverante, llegaréis a poseer el supremo arcano de la sabiduría, que es la dominación libre sobre el momento equilibrado.

 Podréis entonces obtener el anillo, haciéndolo fabricar por un orfebre, al que no necesitaréis recomendarle secreto, porque no sabiendo lo que hace no podrá revelarlo a otros.

He aquí la receta del anillo: Tomad e incorporad conjuntamente una pequeña cantidad de oro y el doble de plata, en las horas del sol y de la luna, adjuntándole tres partes, semejantes a las primeras, cinco de hierro, seis de mercurio y siete de plomo.

 Amalgamadlo en las horas correspondientes a los planetas que rigen los metales, y haced con ello un anillo, cuya parte circular sea algo alargada y achatada, para grabar en ella los caracteres.

Poned a este anillo un engaste de forma cuadrada conteniendo una piedra de imán roja, engastada también en un doble cerco de oro. Grabad en la piedra, arriba y abajo, el doble sello de Salomón. Igualmente, grabad en el anillo los signos ocultos de los siete planetas, tal como se ilustran en los dibujos mágicos de Paracelso o en la Filosofía Oculta de Agrippa; magnetizad fuertemente el anillo, consagrándolo todos los días, durante una semana, mediante las ceremonias prescritas en nuestro Ritual, sin descuidar el color del vestido, los perfumes especiales, la presencia de los animales simpáticos, las conjuraciones de rigor que deben ser precedidas en cada ocasión por la Conjuración de los Cuatro.

Luego envolveréis el anillo en un paño de seda, y una vez perfumado lo llevaréis con vosotros. Una redondela de metal o un talismán preparado de igual modo tendrá tanta virtud como el anillo. Una cosa así hecha es como un acumulador de la voluntad. Un reflector magnético que puede ser muy útil, pero nunca de necesidad. Ya está dicho, que los antiguos ritos perdieron su eficacia desde que el cristianismo apareció en el mundo.

La religión cristiana es, de hecho, la hija legítima de Jesús, rey de los magos. Su culto no es otra cosa que la Alta Magia sometida a las leyes de la jerarquía, indispensables para que sea razonable y eficaz.

Un simple escapulario, llevado por un verdadero cristiano, es un talismán más invencible que el anillo y el pentáculo de Salomón. Jesucristo, el hombre-Dios tan humilde, decía al hablar de sí mismo: “La reina de Sabá vino de Oriente para ver y oír a Salomón, y he aquí más que Salomón.” La misa es la más prodigiosa de las evocaciones.

Los nigromantes evocan los muertos, el hechicero al diablo, y se estremecen, ¡mas el sacerdote católico no teme al evocar a Dios vivo!.

¿Qué son todos los talismanes de la ciencia antigua comparados con la hostia consagrada?. Dejad dormir en su túmulo de piedra la osamenta de Salomón y el anillo que pudiera llevar su dedo descarnado.

¡Jesucristo resucitó, está vivo!.

Tomad uno de esos anillos de plata que venden en las puertas de las iglesias y que traen la imagen del crucificado con las diez cuentas del rosario. Si fuereis dignos de llevarlo, será más eficaz en vuestra mano que el anillo genuino de Salomón.

Los ritos mágicos y las prácticas minuciosas del culto son para los ignaros y los supersticiosos, y nos recuerdan una historia muy conocida, que vamos a recordar en pocas palabras.

Dos monjes llegan a una cabaña que había quedado al cuidado de dos niños. Solicitan se les permita descansar y comer, si fuese posible. Las criaturas responden que como nada tienen nada pueden dar. Pues bien, tenemos fuego, dice uno de los monjes; facilitadnos solamente una olla y un poco de agua, que nosotros haremos nuestra sopa.

¿Con qué?. Con este guijarro, dice el experto religioso tomando una pequeña piedra. ¿Entonces ignoráis, hijos míos, que los discípulos de San Francisco tienen el secreto de la sopa de guijarros?. ¿La sopa de guijarros?. ¡Qué maravilla para las criaturas!. Les prometen darles a probar y que la hallarán excelente.

Apresurados preparan la olla, le echan agua, encienden más fuego y la piedra va al agua con toda precaución. Muy bien, repiten los monjes. Ahora un poco de sal y unas cuantas legumbres; buscad, hay tantas en vuestro jardín. ¿No podríamos añadirle un poco de tocino salado? Sólo con eso quedará bien la sopa. Los niños,
acurrucados ante el fuego, miraban con sorpresa.

El agua hierve. Vamos, cortad el pan y traed aquella vasija. ¡Qué olor!. Tapadlo y dejadlo mojar. En cuando al guijarro, envolvedlo cuidadosamente, os lo vamos a dejar por vuestro trabajo, nunca se gasta y siempre sirve. ¡Ahora, probad la sopa!. ¿Qué decís?. ¡Oh, es magnífica!, contestan los pequeños campesinos golpeando las manos. En efecto, era una buena sopa de coles y tocino que las criaturas nunca habrían ofrecido a sus huéspedes sin la maravilla del guijarro.

Las prácticas religiosas y los ritos mágicos son, en parte, el guijarro de los monjes. Sirven de pretexto y oportunidad para la práctica de las virtudes, únicas indispensables de la vida moral del hombre. Sin el guijarro los buenos monjes no se habrían alimentado; pero ¿Tenía por eso realmente un poder?. Sí, en la imaginación de las criaturas, puesta en juego por la habilidad de los monjes.

Sea esto dicho sin criticar ni ofender a nadie. El espíritu de los monjes fue bueno, no mintieron. Ayudaron a las criaturas a realizar una buena acción y los maravillaron, haciéndolos participar de una apetitosa sopa.

Que se nos comprenda bien. No queremos decir que sean una gran mistificación los signos y los ritos. Lo serían, si los hombres no los necesitasen. Pero hay que tomar en cuenta el hecho incuestionable de que todas las inteligencias no son iguales. Siempre se contarán fábulas a los niños, y esto se hará mientras haya amas y madres.

Los niños tienen fe, y eso es lo que los salva. Imaginad un rapaz de siete años, que dijese: nada quiero admitir que no comprenda. ¿Qué se podría enseñar a este pequeño prodigio?. Hombrecillo,admite primero la cosa por las palabras de tus maestros, después estudia, y si no eres idiota, comprenderás.

Las fábulas son necesarias a los niños; son indispensables al pueblo, mitos y ceremonias; la flaqueza del hombre requiere auxiliares.

¡Feliz del que llegase a poseer el anillo de Salomón, pero más feliz aun de aquél que igualase o superase a Salomón en ciencia y sabiduría sin precisar de su anillo!.

                                                     EL GRAN ARCANO

                                                              Eliphas Levi

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